Blog de Celia Mtz.

jueves, 15 de marzo de 2012

Desierto azul.


Erase una vez dos jóvenes que se querían con locura. Apareció una bruja con escote, él se montó en su escoba y se acabó el cuento.

No, ahora enserio. Odio las historias a medio hacer, de esas que antes de abrir el libro ya sabes cómo van a terminar.

Aquí va una de mis preferidas:

Se esnifaba su aroma con tanta naturalidad que a veces, solo a veces, daba miedo. El éxtasis no tardó en llegar, venía acompañado de un Château. Desde ese momento dejé de ser un ente independiente, formamos la unión perfecta, tú eres dulce y cariñoso, yo una perra en celo. Te mordía sin pensar en el daño. Asentías cabizbajo. Dolía, gemías de dolor, mordías la almohada cuando gozábamos de su presencia. Sólo una impía podría hacerlo. He de confesar que me encantaba llevar el control.

Sus piernas formaban un ángulo casi perfecto, no era de 90º, tampoco de 180ª, su cuerpo o mi cuerpo, o más bien la suma de ambos formaban uno nuevo. Solo conocido por sus labios.

Sus caderas, mi única debilidad confesable.

No creo, como he mencionado alguna que otra vez, en ninguna de las religiones mayoritarias, ni en un Dios superior, pero por ver sus ojos encendidos mirándome penetrantes mientras me hacía el amor, daría hasta lo que no tengo.

El sudor que desprendías estaba tan valorado como la última gota de agua en el más caluroso de los desiertos, manaba por todos los poros de tu cuerpo insaciablemente. Conseguías un nivel de excitación solo comparable a una caída desde un octavo, desde el balcón azul.

Quería que ese momento durase mil momentos más, pero no pudo ser, pensé. Mientras tanto disfrutemos del momento. En efecto, volví a desnudarte con la mirada, me penetraste con un suspiro y culminamos con un: ¿Repetimos?

Se nos hizo de día pero rápidamente volvió a caer la noche, y así varias lunas. Unos días tenían 15 horas, otros 32. De pronto, uno de los dos recordó lo que hacíamos ahí. El mundo se vino abajo, las estrellas no alumbraban tanto como lo hicieron los días anteriores, las sábanas no estaban tan húmedas, los vecinos no se quejaban tanto, todo había cambiado. Comenzó a estar distante, frío, más calculador que de costumbre, me miraba pero no me veía.

Un día me comía y otro me trataba como a las sobras de aquella comida familiar.

Pasaron muchos meses, estaciones, vi caer hojas a su lado, muchos mares sin su compañía.

Pero un 20 de Junio de 1965 decidí poner final a este cuento de luces y sombras. No creí ser capaz. Asombrada me quede cuando me di cuenta, de mano de otro lo que era el amor. 

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